Historiografía Bíblica




1. -JESUCRISTO Y EL CRISTIANISMO EN LA OBRA DE FLAVIO JOSEFO.

El historiador Flavio Josefo relata sucesos de la vida de Jesucristo y la religión cristiana en sus obras Antigüedades Judías y La Guerra de los Judíos, de las cuales nos ocuparemos en esta sección, con el enfoque de historiadores reconocidos en historiografía cristiana.

Paul L. Maier H Seribert, profesor de Historia de la Universidad del Oeste de Michigan, hace un estudio profundo de los textos antiguos, damos cuenta acá sobre lo que escribió al respecto Flavio Josefo, así que nos ocuparemos en estas líneas sobre la tesis de Maier, y otros autores, al respecto.

FLAVIO JOSEFO (37 d.C. - c. 100) fue un historiador judío nacido en Jerusalén cuatro años después de la crucifixión de Jesús en la misma ciudad. Debido a su proximidad con Jesús en tiempo y espacio, sus escritos tienen la calidad de testigo casi ocular porque se relacionan con todo el entorno cultural de la era del Nuevo Testamento. Pero su alcance es mucho más amplio, ya que engloban también el mundo del Antiguo Testamento. Sus dos mayores obras son Antigüedades Judías, que revela la historia hebrea desde la Creación hasta el inicio de la gran guerra con Roma en el año 66 d.C., y La Guerra de los Judíos, la cual aunque escrita antes registra la destrucción de Jerusalén y la caída de Masada en el año 73 d.C.

Josefo es la principal fuente, y la más completa, de la historia judía que haya sobrevivido desde la antigüedad, conservada prácticamente intacta a pesar de su gran extensión (el equivalente a 12 volúmenes). Debido al apoyo que recibió de los emperadores flavianos en Roma -Vespasiano, Tito y Domiciano- Josefo pudo incluir una cantidad increíble de detalles en sus registros, un lujo negado a los escritores del evangelio, quienes parecen haber estado limitados a un rollo cada quien debido a que los primeros cristianos no eran ricos. Así, Josefo siempre ha sido considerado como una fuente extra bíblica muy importante, ya que sus escritos no solamente se relacionan bien con el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino que con frecuencia proporcionan información adicional acerca de personalidades como Herodes el Grande y su dinastía, Juan Bautista, Santiago el medio hermano de Jesús, los sumos sacerdotes Anás y Caifás y su clan, y Poncio Pilato, entre otros.

Con este entorno, era de esperarse que se refiriera a Jesús de Nazaret, y lo hace -dos veces, de hecho. En Antigüedades 18:63 -a la mitad de su relato sobre Poncio Pilato (26-36 d.C.)- Josefo hace la más extensa referencia secular a Jesús que aparezca en cualquier fuente del primer siglo. Más tarde, cuando relata sucesos de la administración del gobernador romano Albino (62-64 d.C.) en Antigüedades 20:200, nuevamente menciona a Jesús en conexión con la muerte de su medio hermano, Santiago el Justo de Jerusalén. Estos pasajes, junto con otras referencias extra bíblicas y no cristianas a Jesús en fuentes seculares del primer siglo -entre ellas Tácito (Anales 15:44), Suetonio (Claudio 25) y Plinio el Joven (Carta a Trajano)- prueban definitivamente que cualquier negación de la historicidad de Jesús es puro sensacionalismo producido por gente desinformada o deshonesta.

Debido a que las citadas referencias a Jesús son vergonzosas para tal tipo de personas, han sido atacadas por siglos, especialmente los dos casos de Josefo, lo que ha provocado la aparición de una gran cantidad de libros académicos. Estas referencias constituyen el bloque más grande de pruebas del primer siglo a favor de la existencia de Jesús fuera de las fuentes bíblicas o cristianas, y bien pueden ser la razón de que las vastas obras de Josefo hayan sobrevivido casi intactas a través de los siglos, siendo que otras grandes obras de la antigüedad se perdieron en su totalidad. Examinemos cada una de ellas.

Antigüedades 18:63: El texto estándar de Josefo dice así:

Por ese tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si en verdad uno debe llamarlo hombre. Porque realizó hechos extraordinarios y fue maestro de quienes aceptaron felizmente la verdad. Se ganó a muchos judíos y griegos. Era el Mesías. Cuando fue acusado por los hombres más importantes de nuestro pueblo, y Poncio Pilato lo condenó a ser crucificado, quienes originalmente habían llegado a amarlo no cesaron de hacerlo; porque se les apareció al tercer día, restaurado a la vida, como los profetas de la Deidad habían predicho esta y otras incontables maravillas acerca de él, y la tribu de los cristianos, así llamados en honor a él, no ha desaparecido hasta nuestros días.

Todas las citas de Josefo, excepto la siguiente, son de P.L. Maier, ed. /trad. al inglés, Josephus -The Essential Works [Josefo: Obras Esenciales], Grand Rapids: Kregel Publications, 1994).

Aunque este pasaje aparecía así ya en manuscritos del tercer siglo, el historiador cristiano Eusebio y otros eruditos a través del tiempo han sospechado que hubo una interpolación cristiana, pues es muy improbable que Josefo haya creído en Jesús como Mesías o en su resurrección, ya que nunca se convirtió al cristianismo. Sin embargo, en 1972 el profesor Schlomo Pines de la Universidad Hebrea de Jerusalén anunció haber descubierto en  las obras del historiador Agapio del siglo X una tradición diferente del texto del manuscrito de Josefo, que dice lo siguiente en Antigüedades 18:63:

En ese tiempo hubo un sabio llamado Jesús, y su conducta fue buena, y fue conocido por virtuoso. Muchas personas de entre los judíos y las otras naciones se convirtieron en sus discípulos. Pilatos lo condenó a morir crucificado. Pero quienes se habían convertido en sus discípulos no abandonaron su enseñanza. Informaron que él se les apareció tres días después de haber sido crucificado y que estaba vivo. Según esto, tal vez haya sido el Mesías, de quien los profetas habían informado maravillas. Y la tribu de los cristianos, llamada así en honor a él, no ha desaparecido hasta hoy.

Esta es claramente una forma en que un judío podría haber escrito sin ser cristiano.

Schlomo Pines, An Arabic Versión of the Testimonium Flavianum and its Implications [Una Versión Arábiga del Testimonio Flaviano y sus Implicaciones], Academia de Ciencias y Humanidades de Jerusalén, 1971.

 

LA OPINION DE LOS EXPERTOS:

La opinión de los expertos respecto a Antigüedades 18:63 se divide en tres creencias básicas:

1) El pasaje original es totalmente auténtico (opinión de una minoría);

2) Todo es una falsificación cristiana (opinión de un grupo aún menor); y

3) El texto de Josefo que incluye material auténtico sobre Jesús contiene interpolaciones cristianas (opinión de la gran mayoría hoy en día, particularmente considerando el texto agapiano -inmediatamente anterior- que no muestra signos de interpolación.

Josefo debe haber mencionado a Jesús en la versión auténtica de Antigüedades 18:63 ya que este pasaje está presente en todos los manuscritos griegos de Josefo, y la versión agapiana concuerda bastante bien con su gramática y vocabulario en todas las demás partes. Además, Jesús es tratado como un "hombre sabio" [sophos aner], una frase no utilizada por los cristianos pero empleada por Josefo para referirse a personalidades como David y Salomón.

Además, su declaración de que Jesús se ganó a "muchos griegos" no aparece en el Nuevo Testamento, y por tanto difícilmente es una interpolación, sino algo que Josefo habría notado en su época. Finalmente, el hecho de que en la segunda referencia a Jesús en Antigüedades 20:200 (que viene a continuación) lo llama sencillamente el Christos [Mesías], sin más explicaciones, sugiere que ya se había hecho una identificación previa y detallada. Si esta hubiera sido la primera mención, probablemente la frase habría sido algo como "...hermano de cierto Jesús, a quien llamaban el Cristo".

 

Antigüedades 20:200:    Este es un pasaje muy importante, ya que tiene muchos paralelos sorprendentes con lo que sucedió el Viernes Santo, y sin embargo parece haber sido ignorado casi por completo por los expertos revisionistas del Nuevo Testamento. Habla sobre la muerte del medio hermano de Jesús, Santiago el Justo de Jerusalén, en la época del sumo sacerdote Anano, hijo del anterior sumo sacerdote Anás y cuñado de Caifás, ambos bien conocidos en los evangelios. El texto de Josefo dice así:

Con tal carácter ["impulsivo y temerario" por el contexto], Anano pensó que con Festo muerto y Albino aún en camino, él tendría la oportunidad adecuada. De acuerdo con los jueces del Sanedrín, trajo ante ellos al hermano de Jesús llamado el Cristo, cuyo nombre era Santiago, y a ciertos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran lapidados. Pero de entre los residentes de la ciudad, aquellos a quienes se les consideraba más justos y estrictos en la observancia de la ley, se ofendieron por esto. Por tanto, secretamente se pusieron en contacto con el rey [Herodes Agripa II], incitándolo a ordenar a Anano que desistiera de ese tipo de acciones, porque no tenía justificación para lo que ya había hecho. Algunos de ellos incluso fueron a ver a Albino, quien estaba de camino a Alejandría, y le informaron que Anano no tenía autoridad para convocar al Sanedrín sin su consentimiento. Convencido de estas palabras, Albino escribió en tono iracundo a Anano, amenazándolo con un castigo. Y debido a esto, el rey Agripa lo destituyó del cargo de sumo sacerdote, el cual había desempeñado durante tres meses.

Esta segunda vez que Josefo se refiere a Jesús no muestra manipulación del texto y está presente en todos los manuscritos. Si hubiera habido interpolación cristiana aquí, sin duda se habría incluido más material sobre Santiago y Jesús que esta breve nota de paso. Santiago hubiera sido adornado con lenguaje elogioso y llamado "el hermano del Señor", como el Nuevo Testamento lo define, en lugar de "el hermano de Jesús". Además, el Nuevo Testamento no podría haber sido la fuente de Josefo porque no proporciona detalles sobre la muerte de Santiago. Que Josefo haya definido a Jesús como aquel a "quien llamaban el Christos" es creíble e incluso necesario en vista de los otros veinte Jesuses que cita en sus obras.

Consecuentemente, la gran mayoría de los eruditos contemporáneos consideran este pasaje como genuino en su totalidad, y concuerdan con el experto en Josefa, Louis H. Feldman, y su nota a la edición de Josefo publicada por la Biblioteca Clásica de Loeb: "...pocos han dudado de la legitimidad de este pasaje sobre Santiago" (Louis H. Feldman, tr. al inglés, Josephus, IX; Cambridge, MA: Harvard University Press, 1965, 496).

La preponderancia de las pruebas sugiere enérgicamente que Josefo realmente mencionó a Jesús en ambos pasajes. Lo hizo en una forma totalmente congruente con el retrato de Cristo en el Nuevo Testamento, y su descripción desde el punto de vista de un no cristiano parece notablemente justa, especialmente en vista de su bien conocida tendencia a "quemar" a los falsos Mesías, a los que consideraba desgraciados que desviaron a la gente y provocaron la guerra contra los romanos.

Además, en su segunda referencia las actitudes del sumo sacerdote y el Sanedrín contra el gobernador romano, refleja perfectamente las versiones del Evangelio en cuanto a la existencia de dos partidos opuestos en los sucesos del Viernes Santo. Y estas pruebas extra bíblicas no provienen de una fuente cristiana tendiente a hacer que los Evangelios parezcan buenos, sino de un autor judío que nunca se convirtió al cristianismo.

Para un análisis más amplio sobre Josefo y su importancia para la investigación bíblica, por favor vea Josephus - The Essential Works [Josefo: Las Obras Esenciales] (Paul L. Maier, ed. /trad. al inglés; Grand Rapids: Kregel Publications, 1994).

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2. EL PUEBLO ELEGIDO DE DIOS -DATOS HISTORICOS.

Cuando aun no reinaba en el imperio mesopotámico el grande y poderoso Hammurabi, pues éste no era aún mas que el vasallo de Rim-Sind, el conquistador elamita del territorio de Ur, acaeció que se sublevaron en Siria y la región oriental de Canaán, donde vivian pueblos arameos, una serie de de príncipes y pueblos. Para reprimir la insurrección acudió a un ejercito mesopotámico, en el cual, según los textos bíblicos, figuraban, entre otras, tropas auxiliares de Amrafel (Hammurabi). Después de obtener grandes victorias y de capturar a un señor arameo, Lot, sufrieron una tremenda derrota a manos del jefe de una tribu nómada, denominado Abraham. Este Abraham, patriarca del pueblo hebreo, había vivido durante mucho tiempo en la región cercana a Ur y en el país de los los mitannis. Alli habia recibido la revelación de Yahvé, el Dios de sus padres, con la gran promesa de que daría a su estirpe, si acataban su ley, un país de abundancia donde morar para siempre. Así, Abraham condujo a su pueblo hacia Canaán, donde tuvo ocasión de prestar a su cuñado Lot el servicio que hemos indicado. Con buen número de autores sostenemos, pues, que el patriarca hebreo debió vivir a comienzos del siglo XVII a. de J.C.

Los movimientos hebreos en esta época deben considerarse incluídos en la gran oleada invasora que llevó los hiksos a Egipto. Por esta causa, no nos sorprende que los sagrados textos nos indiquen la presencia en el país de los faraones del pueblo elegido de Dios, ni mucho menos que uno de sus hombres, José, hijo de Isaac, hijo de Abraham, llegara a ocupar un lugar de privilegio en la Corte del rey hikso del delta. Cuando los reyes tebanos restablecieron la unidad nacional y expulsaron de Egipto a los hiksos, los hebreos permanecieron en los territorios próximos del delta. Seguramente fuerpon respetados durante la época de esplendor del Imperio Nuevo, hasta que la lucha con los hititas y el aumento de la riqueza de los templos los redujeron a una condición de esclavos durante la dinastía XIX.
Cuando sobrevivieron las invasiones de los "pueblos del mar", se registraron en Egipto varias sublevaciones de los pueblos hasta entonces sometidos. Quizà tomaran parte en ellas los hebreos. En todo caso, es ilícito establecer que la marcha de los hebreos del país egipcio tuvo lugar en tiempos de Merneptah, esto es, a final del siglo XIII a. de J.C. En aquel momento empezó a brillar la figura de Moisés, quién debía de presidir el éxodo de los hebreos por el desierto y dar, por nueva revelación divina, el código de la verdadera religión al pueblo elegido de Jahvé.

Una meta guió a los hebreos en la penosa marcha por el desierto: regresar a Canaán, la tierra morada por el gran patriarca primitivo y la prometida por Dios. Los textos históricos de la época nos hablan de las tentativas de los habiru (hebreos) para penetrar en el país. Este era, precisamente, el tiempo de las andanzas de los filisteos en Palestina, por lo que áquellos tuvieron que luchar no sólo contra los cananeos, sino también contra los filisteos. Muerto Moisés, Josué fué el que guió la empresa, durante cuyo transcurso los hebreos tuvieron éxitos y sufrieron varios reveses. Hay que tener en cuenta que otros pueblos del desierto, como los edomitas, los amalecitas y los moabitas, les disputaban la apetitosa presa.

Estas continuas luchas disgregaron la unidad del pueblo hebreo, el cual se subdividió en varias tribus, que ocuparon territorios en la región montañosa de la Palestina central hacia mediados del siglo XII. Durante mas de una centuria estas tribus, en número de doce, eligieron sus jefes, los jueces, y aprendieron en la dura escuela de la guerra los beneficios de la comunidad de esfuerzos. Vencidos los cananeos, los hebreos fueron a su vez dominados por los filisteos de la costa, los cuales les prohibieron fabricar armas. Algunos héroes aislados, como Gedeón, Abimelec y Sansón, mantuvieron la llama de la independencia nacional y religiosa, preparando el campo para un futuro mejor. El sentimiento de unidad se concretó, a mediados del siglo XI, alrededor de la persona del sumo sacerdote de Jahvé, Samuel. Después de esta federación religiosa surgió, como consecuencia legítima, la monarquía nacional hebrea en la persona de Saúl. Parece que éste fue ungido rey en 1025, aunque otros autores prefieren la fecha de 1044. Con esta designación el pueblo hebreo acababa de dar un gran paso hacia su inmediata grandeza histórica.

La recuperación hebrea halló dos excelentes instrumentos en las personas de Saúl y David. El primero, personaje violento, pero muy ducho para la acción, se había ya ilustrado en la lucha contra los filisteos antes de su designación como rey nacional. En lo sucesivo guerreó con no menos fortuna, auxiliado por un joven guerrero de la tribu de Judá a quién hizo su yerno: David. Sin embargo, la política autoritaria de Sául desagradaba al sentimiento particularista de las tribus y sacerdotes de Jahvé, que no se consideraban honrados como debían. Estas disensiones se reflejaron en la ruptura entre Saúl y David, y en el relajamiento del esfuerzo bélico contra los filisteos. Estos infligieron a Saúl la terrible derrota del monte Gilboá, que puso de nuevo a los hebreos en manos de sus encarnizados enemigos. En estas circunstancias, David se convirtió en héroe nacional. Rompiendo los vínculos que le habían atado a los filisteos, organizó la lucha general contra ellos, con una tenacidad indomable, recuriendo ora a las armas ora a la diplomacia. La conquista por sorpresa de Jerusalén, ciudad en poder de los gebuseos, llave del país, le dió un prestigio inmenso, lo que aprovechó para lanzar un asalto en regla contra las ciudades filisteas. Una a una fueron cayendo en sus manos, incluso Asndod, la capital.  Celebró David este triunfo con el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén (1010), y lo completó reduciendo a los moabitas y a los amonitas y sometiendo a los arameos del principado de Damasco. Con estas victorias, la monarquía hebrea quedaba constituída como eje del Próximo Oriente en una época de general abatimiento de las grandes potencias que hasta aquella fecha habían informado la historia de este espacio geográfico.
Gracias a David, Jerusalén se convirtió en la metrópoli comercial del Próximo Oriente, donde afluían los productos de Arabia y la India por el Mar Rojo, de Persia y Mesopotamia por las rutas de las caravanas arábigas, y de Egipto y el Lejano Occidente por los puertos fenicios.
Salomón (970-935 a.c.) su hijo y sucesor, recogió y aumentó la herencia del padre. Sometió a los edomitas, con lo que mantuvo abierta la ruta terrestre al Mar Rojo, y se alió con Hiram de Tiro, señor de una gran flota marítima. Así organizó un poderoso comercio, monopolizado por el Estado, en el que figuraban como copartícipes los mercaderes de Fenicia y de Tanis, en Egipto.  Bruscamente Jerusalén se convirtió en una ciudad internacional, donde el lujo y las riquezas aparecían rodeados por el prestigio de costumbres exóticas y religiones extrañas. Esto produjo un principio de escisión en el pueblo hebreo, pues el Norte, alentado por los Profetas, rehuía el contacto con el Sur, que vivía al comercio internacional.
Asi, al morir Salomón, mientras en las fronteras recobraban su independencia los edomitas y los príncipes de Damasco, se consumó la ruptura entre las tribus hebreas y surgieron los dos reinos de Israel y Judá. La monarquía de David quedó para siempre frustrada, y sólo permaneció como recuerdo ideal de un pasado que, como se representó en tiempo del cautiverio de Babilonia, quizá un dia un príncipe Salvador (el Mesías) habría de rehacer.

Santos y Profetas. Después de la división de la monarquía solomónica, la historia externa del pueblo hebreo, aunque llena de facetas de interés, carece de importancia dentro de la política internacional, cuya dirección asumirán de nuevo, muy pronto, las grandes potencias tradicionales: Asiria, Babilonia y Egipto. Durante los dos siglos y medio que separan la fundación de los dos reinos de Judá e Israel (935) del traslado de la población judaica a Mesopotamia (586), los hebreos se limitaron a seguir la única posibilidad que les quedana para mantener su independencia ante los formidables colosos armados del Este o del Sur: unir su esfuerzo al de otros pueblos. Ora aliados con los Príncipes de Damasco, ora con los reyes y ciudades de Fenicia, ora en último extremo con los faraones egipcios, oponen una terca e inútil resistencia al hecho que, en definitiva, va a consumarse: el establecimiento de un sólo sistema imperial en el Próximo Oriente. Por esta causa, las vicisitudes histórica de Judá e Israel forman parte del apretado conjunto de la lucha de los pueblos de Siria y Palestina contra los invasores. Quede desde ahora bien sentado que no siempre fueron oportunas las coaliciones en que se empeñaron los reyes hebreos, los de Israel sobre todo, y que en muchos casos un arrebatado orgullo nacional se impuso a los sanos consejos de la prudencia y la previsión política. Pero si en el período de referencia de la historia externa de los hebreos alcanza tan escasa notoriedad, en cambio es de la mayor importancia ecuménica, en el espacio y en el tiempo, la evolución espiritual y religiosa que experimentaron entonces en sus entrañas, de un lado en contacto con las costumbres y creencias de pueblos más ricos y cultos, y de otro ante la adversidad de los hechos politicos y militares. De esta crisis moral, en la que muchos sucumbieron, apostatando de Jahvé y admitiendo cultos extranjeros y prácticas no admitidas por la ley mosaíca, surgieron las mayores figuras del pensamiento religioso, aquellos que analizaron la personalidad y obra de Dios y la anunciaron en su pleno significado universal. Estos fueron agitadores religiosos seres iluminados, creyentes enterizos que proclaman la necesidad de cumplir con el Decálogo y de hacer penitencia por los pecados cometidos.  Fueron los Nabi, los profetas, por cuya boca habló el Altísimo para alentar a los rectos de corazón y despejar las tinieblas del futuro. A través de sus escritos, la religión de Jahvé adquiere nuevos valores, que van a hacerla apta para su trascendente misión histórica.
Los primeros grande profetas surgieron en Israel, cuya monarquía se contaminó muy pronto con los cultos idolátricos fenicios. Contra ellos y las iniquidades de los reyes clamaron Elías y Eliseo, los cuales, además de predecir el futuro, separaron por primera vez la causa de Dios del interés de la monarquía hebrea, sobre el que habían de prevalecer la justicia y la moralidad. Después de estos dos grandes Nabi del siglo IX, aparecen los profetas menores en la centuria siguiente: Amós, Oseas y Micheas, los cuales acusan a los israelitas de la transgresión profunda de la esencia de su religión nacional. Amós proclama y define el carácter de la justicia divina y Oseas desprecia los actos ritualistas del culto para hallar en la pureza de corazón el mejor sacrificio a Dios. En todo ellos, preocupados por la inminente ruina del reino ante los ataques asirios, cobra cuerpo la idea de que la ira de Jahvé no se desata tan sólo contra los pueblos enemigos, sino contra su mismo pueblo si no acata la ley en su valor íntimo, no ritual.
Asi se dibuja el monoteísmo universal, que hallará su definidor en Isaías, el primer gran profeta de Judá. Éste, al advertir a su pueblo del riesgo en que va a caer si sigue el ejemplo del desgraciado Israel, traza con visión magistral la magnificiencia del futuro reino de Dios, al que se llegará cuando la fe anide en los corazones de los hombres. Es con este motivo que Isaías alude con claridad a la venida del Mesías que hará posible tal reino.
A pesar de la acción de los profetas sobre Judá y de la restauración del culto de Jahvé de acuerdo a las fórmulas prístinas del Éxodo, según prescribía la nueva Ley hallada en el tiempo de Josías, en 621 (Deuteronomio), la decadencia del pequeño reino era cada dia mayor. Los grande profetas de esta época, Ezequiel y Jeremías conocieron el cautiverio en Babilonia o el destierro. La figura tormentosa de este último, en cuyas imprecaciones proféticas se vislumbra la majestad del futuro redentor, se une con la de Ezequiel, conocedor de las miserias del destierro, en proclamar la universalidad de la idea mesiánica. Poco a poco la depuración del ideal religioso permite llegar a la concepción de un juicio de ultratumba, en la que Jahvé aplica la justicia de su Ley, a los actos de los hombres en la tierra. Pero, más allá de estos progresos, la vena profética de Ezequiel se difunde en arrebatos apocalípticos, los cuales no son más que un preludio de la obra de Daniel (siglo VI) el último de los grande profetas y el definidor, por antonomasia, del mesianismo, como triunfo del Espiritu sobre las más aparatosas creaciones materiales de los hombres.


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3. LA MUJER EN EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO. Entorno social.

Los primeros asentamientos en la tierra prometida se llevaron a cabo en el área montañosa al oeste del río Jordán. Era una tierra pobre y con poca agua durante el año. Sin embargo los israelitas pudieron talar árboles y descubrir hierro: "Tendrás también la montaña; está cubierta de bosques pero tú la talaras" (Josué 17,18) y cavar cisternas en la roca, recubriéndola con arcilla para conservar el agua. A la hora de cultivar la tierra, se tuvieron que construir terrazas abancaladas para evitar la erosión, ya que los valles estaban en manos de los cananeos. (C. Meyers, Discovering Eve, ancient israelite woman in contex, Oxford University Press, Nueva York, 1988).

Para Isabel Gómez-Acebo, en su obra "Dios también es Madre Reflexiones sobr el Antiguo Testamento" (Editorial San Pablo, Madrid, 1994), toda esta labor, que exige gran esfuerzo muscular, estaba realizada fundamentalmente por hombres, pero las mujeres colaboraban a su lado pues la magnitud de la tarea requería el esfuerzo de todos.

Realizada la roturación y como consecuencia de la guerrillas -sigue Gómez-Acebo- que se organizaban sin cesar, el trabajo del cultivo quedaba a menudo en manos de las mujeres que debieron hacerse expertas en el campo de la actividad agraria. Los nuevos habitantes de Canaan, nómadas recientemente asentados, conocían algunas técnicas de cultivo y la utilización de algunos aperos, pero se encontraron con que la nueva tierra no era el lugar más idóneo para el cultivo del cereal. Todo el ingenio y los recursos aplicados resultaban imprescindibles, pues la obtención del grano era vital para la supervivencia de las economias de aislamiento; muchos de estos asentamientos resultaron inviables al no conseguirlo.
Las laderas eran, en cambio, un terreno propicio para la viticultura y la horticultura, sobre todo los olivares, mientras que el ganado aportaba las proteinas necesarias y compensaban la alimentación en años de mala cosecha.

Al lado de este trabajo económico, en el que participaban hombre y mujeres, codo a codo, no debemos olvidar el factor reproductivo. Existe evidencia de que el joven Israel sufria un problema demográfico de abultadas proporciones, pues los enormes esfuerzos que requeria una sociedad pionera se vieron acompañados de un período de hambre, enfermedad y guerra, lo que hizo disminuir la población.

La casa (Oikos en griego), de donde viene la palabra economía era el centro de la economía familiar. Las recientes excavaciones han encontrado en ellas, hoces, molinos, morteros, telares, pozos para guardar el grano. La mujer no sólo ayudaba en el campo y atendía la huerta cercana, sino que otra parte de su actividad consistía en convertir las materias primas en comestibles y en ropa de abrigo. Su reinado sobre las cacerolas le daba el poder sobre todo lo producido.

En la medida que se iguala la contribución de los sexos a las labores de subsistencia, el estatus de la mujer y su consideración social se ven realzados. Una relación de 60 a 40 es la ideal si se tiene consideración la función procreadora de la mujer. Se calcula que esos eran los porcentajes que se daban entre los primeros pobladores de la tierra prometida. Por ello. en estos momentos iniciales, la mujer israelita gozaba de prestigio y autoridad.

El Matrimonio. La edad mínima para el matrimonio de la mujer eran los doce años y de hecho contraía matrimonio en fecha muy cercana a la pubertad. Ello no es de extrañar pues su esperanza de vida era de treinta años, mientras que la de los varones, que no estaban sometidos al desgaste y a las infecciones posparto de la maternidad, llegaban a los cuarenta. Si en estos momentos de la historia vejez era sinónimo de experiencia y autoridad, las personas viejas y veneradas eran en su mayoría los varones.
Previo al matrimonio se pagaban a los padres de la novia una dote para compensar a su familia por el trabajo que aquella muchacha dejaría de efectuar. Los novios competían por la falta de mujeres casaderas y, ante escasez, las niñas vírgenes de los pueblos conquistados se libraban del exterminio y pasaban a engrosar las filas del pueblo elegido. Antes debian permanecer en cuarentena siete dias fuera del campamento, período este considerado como de incubación de las enfermedades contagiosas. De cualquier manera, la población prefería el riesgo de muerte por infección a prescindir de mujeres en edad de concebir.

En general la intervención de los padres era definitiva en la realización del matrimonio. No obstante, existían en Israel "matrimonios de inclinación", pues los sentimientos tenían muchas ocasiones para nacer y exteriorizarse ya que las jóvenes estaban muy libres. En èpocas antiguas las muchachas no estaban recluidas y salían sin velo; apacentaban ganados, iban por agua, espigaban los campos y, en suma, podían sin dificultad hablar con los varones, según R. De Vaux en Instituciones del Antiguo Testamento ( Herder, Barcelona, 1964).

La Maternidad. Si tenemos en cuenta la esperanza de vida, mas de un tercio de esa vida estaba dedicada a la maternidad y cuidado del hijo. En las sociedades primitivas el período de lactancia era muy largo, lo que permitía distanciar los embarazos, pero anclava a la mujer al hogar, mientras que los hombres eran más libres para cazar y pescar. Esta gran porción de tiempo y energía dedicada a los hijos se simultaneaba con el trabajo cotidiano.
La familia vivía bajo el mismo techo, generalmente en dos pisos, siendo el inferior el dedicado a vivienda de los animales. Solían convivir padres, abuelos e hijos (una media de cuatro por pareja), y los que tenían grandes extensiones de tierra podían tener criados en la casa. Varias familias, normalmente de parientes, compartían patios comunes.
La poligamia era permitida aunque se abandonó por razones pecuniarias, sólo los reyes o los muy ricos podían permitirse el lujo de tener varias mujeres. Incluso se apuntan razones a favor de la monogamia; así vemos cómo las traducciones de la famosa frase del Génesis: "Serán una sola carne" derivan en : "Serán los dos una sola carne", lo que no viene en el texto original.
Parece que, llegada su hora, la mujer parturienta se sentaba sobre dos piedras separadas que hacían las veces de silla de alumbramiento y cuyo uso está está atestiguado en la época rabínica y en ciertos ambientes del Oriente moderno. Se lavaba al niño, se le restregaba con sal y se le envolvía en pañales. No parece que tuvieran partos fáciles; la experiencia corriente es dolorosa y esos dolores se utilizaban como término frecuente de comparación entre los profetas de la Biblia, segùn R. De Vaux.

Si el niño que nacía era varón, su madre era considerada no sólo una excelente esposa, sino una auténtica hija de Israel. Incluso se la llamaba bendita, ya que el heredero varón era un signo del favor de Dios; indicios que apuntan ya al gradual crecimiento de la importancia del género masculino.

El nacimiento se celebraba con alegría y fiesta, siendo la madre alabada en público. Se daba nombre al recién nacido inmediatamente después de nacer, un nombre elegido por la madre normalmente, aunque a veces lo hacía el padre. Algunos nombres son inspirados por circunstancias particulares al nacimiento, hechos que pudieron afectar a la madre al dar a luz.

El período de impureza ocasionado por el hecho de dar a luz era de siete días en el nacimiento de un varón y de catorce para una niña. Dado que cualquier emisión líquida del ser humano le colocaba en situación de impureza con la consiguiente prohibición de participar en el culto, la cuarentena de la parturienta y la menstruación femenina, fueron algunos de los problemas que contribuyeron a eliminar a las mujeres del templo.

En los varones se practicaba la circuncisión, una costumbre que se adoptó cuando entraron los judíos en Canaan, dándole un sentido religioso a un antiguo rito de iniciación al matrimonio. La circuncisión era el sello que garantizaba el pacto firmado con Yavé. Al quedar las mujeres excluidas de esta práctica, lo que no sucedía en otros pueblos antiguos, quedaron también fuera de la alianza a título personal.
Nacido el niño, se le destetaba mucho mas tarde que ahora, aproximadamente a los tres años, celebrándose una gran fiesta una vez finalizaba la lactancia.

La función maternal no era exclusivamente biológica, puesto que en manos de la madre quedaban los primeros cuidados del niño, la socialización de los seres humanos y el aprendizaje de las diversas técnicas que permiten -bandearse- en la vida. A partir del destete, el padre se hacía cargo de la enseñanza de los varones, mientras que las niñas quedaban al cuidado de la madre.

En el libro de los Proverbios el que nos da las mayores indicaciones sobre la importancia de la madre en la enseñanza de los hijos, no sólo en cuanto niños, sino en las actitudes y acciones consideradas como socialmente correctas en la vida adulta. La enseñanza materna es puesta en paralelo con la del padre en unas instrucciones que copian a las egipcias, pero añadiendo la mención de la madre que falta en ellas.
En esta misma línea hay que contemplar los conceptos contenidos en tornpo al cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre". El hijo mayor no podía olvidar las obligaciones hacia su madre. Aunque no estaba obligado a amarla, sí tenía que honrarla, no podía rechazar su consejo, debía ocuparse de asegurar su bienestar y hablar bien de ella. Las graves consecuencias que las trasgresiones de esas normas comportaba "el que pegue a su padre o a su madre morirá"..., quién maldiga a su padre o a su madre morirá" (Éxodo 21, 15-17) parecen duras, pero la subsistencia del grupo dependía del trabajo de todos sus miembros y la autoridad de los padres era vital. Una autoridad que se extiende a la madre, contradiciendo al Código de Hammurabi que sólo castiga al que ha pegado a su padre.

El simbolismo femenino es muy grande en los primeros capítulos del libro de los Proverbios, donde la propia sabiduría está personificada en una mujer. Ahi la palabra madre sólo es utilizada en términos positivos, y no se vislumbra sólo como el útero que engendra, sino como la fuente de la sabiduía, esencial para el hombre (R. Radford Ruether, Religión and sexim, Simon and Schuster, Nueva York, 1974).

También en 2Samuel 14 y 20 se nos narran las historias de dos mujeres sabias de Tekoa y Abel. Muchos elementos del texto apuntan a la existencia de un auténtico rol de "mujer sabia".

El origen de esa sabiduría femenina está en el asombro del varón ante la generadora de la vida y posteriormente en su habilidad para transformar las materias primas en útiles y alimentos, oficios que se transmitían de generación en generación. La enseñanza de estas técnicas a hijos y nietos que en determinados casos creciera la fama de sabia que la persona y cobrara autoridad en el entorno.
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4. PABLO: PUNTA DE LANZA DEL CRISTIANISMO.

1. Introducción Biográfica (Extraída de Biografías y Vidas).
Las fuentes fundamentales acerca de la vida de San Pablo pertenecen todas al Nuevo Testamento: los Hechos de los Apóstoles y las catorce Epístolas que se le atribuyen, dirigidas a diversas comunidades cristianas. De ellas, diversos sectores de la crítica bíblica han puesto en duda la autoría paulina de las llamadas cartas pastorales, en tanto que existe una práctica unanimidad en considerar la Epístola a los hebreos como escrita por un autor diferente. Pese a la disponibilidad de tales fuentes, los datos cronológicos de las mismas resultan vagos, y cuando existen divergencias entre los Hechos y las Epístolas se suele dar preferencia a estas últimas.

Saulo (tal era su nombre hebreo) nació en el seno de una familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de cultura helenística que poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos. Después de los estudios habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo fue enviado a Jerusalén para continuarlos en la escuela de los mejores doctores de la Ley, en especial en la del famoso rabino Gamaliel. Adquirió así una sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y arameo).

No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año 30, en el momento de la crucifixión de Jesús; pero habitaba en la ciudad santa seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban, mártir de su fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida por la más rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo se significó por aquellos años como acérrimo perseguidor del cristianismo, considerado entonces una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven Saulo de Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se ofreció además a vigilar los vestidos de los asesinos.

Los jefes de los sacerdotes de Israel le confiaron la misión de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús en Damasco. Pero de camino a esta ciudad, Saulo fue objeto de un modo inesperado de una manifestación prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz, arrojado a tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de Jesucristo (36 d. C.). Según el relato de los Hechos de los Apóstoles y de varias de las epístolas del propio Pablo, el mismo Jesús se le apareció, le reprochó su conducta y lo llamó a convertirse en el apóstol de los gentiles (es decir, de los no judíos) y a predicar entre ellos su palabra.

Tras una estancia en Damasco (donde, después de haber recuperado la vista, se puso en contacto con el pequeño núcleo de seguidores de la nueva religión), se retiró algunos meses al desierto (no se sabe exactamente adónde), haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y la soledad, los cimientos de su creencia. Vuelto a Damasco, y violentamente atacado por los judíos fanáticos, en el año 39 hubo de abandonar clandestinamente la ciudad descolgándose en un gran cesto desde lo alto de sus murallas.

Aprovechó la ocasión para marchar a Jerusalén y ponerse en contacto con los jefes de la Iglesia, San Pedro y los demás apóstoles, no sin dificultades, porque estaba todavía muy vivo en la Ciudad Santa el recuerdo de sus actividades como perseguidor. Le avaló en el seno de la comunidad cristiana San Bernabé, que lo conocía bien y quizá era pariente suyo. Regresó después a su ciudad natal de Tarso, en cuya región residió y predicó hasta que hacia el año 43 vino a buscarlo Bernabé. A consecuencia de una carestía que atacó duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a Antioquía (Siria), ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de Jesús (allí se les había dado por primera vez el sobrenombre de "cristianos"), para llevar la ayuda fraternal de la comunidad de Antioquía a la de Jerusalén.

En compañía de Bernabé, pablo inició desde Antioquía el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para adoptar el cognomen latino de Paulus, que llevaba probablemente desde niño como segundo apellido. Su romanidad podía parecer oportuna para el desarrollo de la misión que el apóstol se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles. En adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con Pablo, el mensaje de Jesús saldría del marco judaico, palestiniano, para convertirse en universal.

A lo largo de su predicación, Pablo iba presentándose sucesivamente en las sinagogas de las diversas comunidades judaicas; pero esta presentación terminaba casi siempre en un fracaso. Bien pocos fueron los hebreos que abrazaron el cristianismo por obra suya. Mucho más eficaz caía su palabra entre los gentiles y entre los indiferentes que nada sabían de la religión monoteísta hebraica. En este primer viaje recorrió, además de Chipre, algunas regiones apartadas del Asia Menor. Creó centros cristianos en Perge (Panfília), en Antioquía de Pysidia, en Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El éxito fue notable; pero también fueron numerosas las dificultades. En Listra escapó de la muerte sólo porque sus lapidadores creyeron erróneamente que ya había muerto.

Entre el primer y el segundo viaje, Pablo residió algún tiempo en Antioquía (49-50 d. C.), desde donde marchó a Jerusalén para asistir al llamado "Concilio de los Apóstoles". Las cuestiones que iban a tratarse en el concilio eran de una gravedad difícilmente concebible en nuestros días. Había que dilucidar la licitud de bautizar a los paganos (algunos judeo-cristianos se oponían aún a tal iniciativa), y, sobre todo, establecer o rechazar la obligatoriedad de los preceptos judíos para los conversos que procedían del paganismo. El éxito de su labor evangelizadora permitió a San Pablo imponer la tesis de que los cristianos gentiles debían tener la misma consideración que los judíos; profundo expositor del valor de la Ley mosaica y de su importancia histórica, Pablo defendió que la redención operada por Cristo marcaba el definitivo ocaso de dicha ley y rechazó la obligatoriedad de numerosas prácticas judaicas.

El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la visita a las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes; luego fue recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas ciudades del Asia proconsular y marchó después a Macedonia y Acaya. La evangelización se hizo particularmente patente en Filippos, Tesalónica, Berea y Corinto. También Atenas fue visitada por Pablo, quien pronunció allí el famoso discurso del Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El resultado, desde el punto de vista evangelizador, fue más bien exiguo. Durante su estancia en Corinto, donde estuvo en contacto con el gobernador de la provincia, Gallón (hermano de Séneca), inició al parecer San Pablo su actividad como escritor, enviando la primera y segunda Epístola a los tesalonicenses, en las que ilustra a los fieles acerca de la parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de la carne.

El tercer viaje (53-54-58) se inició con la visita a las comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia y Acaya, donde Pablo estuvo tres meses. Pero como centro principal fue escogida la gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años, trabajando con un grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente en las localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero también lleno de fatigas para Pablo: culminaron éstas con el tumulto de Éfeso, provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo, refiriéndose a un episodio anterior, habla de una lucha con las fieras; es casi seguro que la expresión es metafórica, pero convergen muchos indicios en favor de la hipótesis de una auténtica prisión.

Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los corintios, en la que se transparentan muy bien las dificultades encontradas por el cristianismo en un ambiente licencioso y frívolo como era el de la ciudad del Istmo. Probablemente se sitúa en la misma ciudad la redacción de la Epístola a los gálatas y la Epístola a los filipenses, en tanto que la segunda Epístola a los corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde Corinto envió el apóstol la importante Epístola a los romanos, en la que trata a fondo la relación entre la fe y las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía preparar su próxima visita a la capital del imperio.

Sin embargo, los hechos se desarrollaron de un modo distinto. Habiéndose dirigido Pablo a Jerusalén para entregar una cuantiosa colecta a aquella pobre iglesia, fue encarcelado por el quiliarca Lisia, quien lo envió al procónsul romano Félix de Cesarea. Allí pasó el apóstol dos años bajo custodia militar. Decidieron embarcarlo, fuertemente custodiado, con destino a Roma, donde los tribunales de Nerón decidirían sobre él. El viaje marítimo fue, por otra parte, fecundo en episodios pintorescos (como el del naufragio y la salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del apóstol se impuso al fin a sus guardianes (invierno de 60-61).

De los años 61 a 63 vivió Pablo en Roma, parte en prisión y parte en una especie de libertad condicional y vigilada, en una casa particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió por lo menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los colosenses y la Epístola a Filemón.

Puesto en libertad, ya que los tribunales imperiales no habían considerado consistente ninguna de las acusaciones hechas contra él, reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no es tan precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los Apóstoles, que se interrumpen con su llegada a Roma. Pablo anduvo por Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también en España. De este período datarían dos cartas de discutida atribución, la primera Epístola a Timoteo y la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola a los hebreos. Se percibe en ellas una intensa actividad organizadora de la Iglesia.

En el año 66, cuando se encontraba probablemente en la Tréade, Pablo fue nuevamente detenido por denuncia de un falso hermano. Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la segunda Epístola a Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por Cristo y dar junto a Él su vida por la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel, vivió los últimos meses de su existencia iluminado solamente por esta esperanza sobrenatural. Se sintió humanamente abandonado por todos. En circunstancias que han quedado bastante oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como era ciudadano romano, fue decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente en el año 67 d. C., no lejos de la carretera que conduce de Roma a Ostia. Según una tradición atendible, la abadía de las Tres Fontanas ocupa exactamente el lugar de la decapitación.



2. Enfoque del pensamiento de Pablo.

De forma imprudente se ha exagerado en ocasiones la significación de la obra de Pablo, algunos lo consideraron como el auténtico fundador del cristianismo; otros lo acusaron de ser el primer mixtificador del mensaje de Jesús. Es cierto que trabajó más que los demás apóstoles y que, en sus cartas, sentó las bases del desarrollo doctrinal y teológico del cristianismo. Pero su realmente meritoria labor, de la que él mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido intérprete e incansable propagandista del mensaje de Jesús.

A Pablo se debe, más que a los otros apóstoles, la oportuna y neta separación entre cristianismo y judaísmo; y es falso que tal separación se alcanzara mediante la creación de un sistema religioso especial, que habría sido elaborado bajo la influencia de la filosofía griega, del sincretismo cultural o de las numerosas religiones de misterios. En el curso de sus viajes evangelizadores, Pablo propagó su concepción teológica del cristianismo, cuyo punto central era la universalidad de la redención y la nueva alianza establecida por Cristo, que superaba y abolía la vieja legislación mosaica. La Iglesia, formada por todos los cristianos, constituye la imagen del cuerpo de Cristo y debe permanecer unida y extender la palabra de Dios por todo el mundo.

El vigor y la riqueza de su palabra están atestiguados por las catorce epístolas que de él se conservan. Dirigidas a comunidades o a particulares, tienen todos los caracteres de los escritos ocasionales. En ningún caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son una poderosa síntesis de la enseñanza evangélica expresada en sus más claras verdades y hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de vista literario, debe reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega al peso de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus argumentaciones, y su temperamento místico se eleva hasta la contemplación y alcanza las cumbres de la lírica en el famoso himno a la caridad de la primera Epístola a los corintios.

Los escritos de Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (debido a la inclusión de sus Epístolas, se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento).

Proceden de la interpretación de Pablo ideas tan relevantes para la posteridad como la del pecado original; la de que Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su sufrimiento puede redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo Dios y no solamente un profeta. Según Pablo, Dios concibió desde la eternidad el designio de salvar a todos los hombres sin distinción de raza. Los hombres descienden de Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la muerte; pero todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados y recibirán, en la resurrección, un cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta vida, la liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga y la certeza de una futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana el rechazo de la sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían aparecido en las predicaciones de Jesucristo.

En llamativo contraste con su juventud de fariseo intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y celoso de las prerrogativas espirituales de su pueblo, Pablo dedicaría toda su vida a "derribar el muro" que separaba a los gentiles de los judíos. En su esfuerzo por hacer universal el mensaje de Jesús, Pablo lo desligó de la tradición judía, insistiendo en que el cumplimiento de la ley de Moisés (los mandatos bíblicos) no es lo que salva al hombre de sus pecados, sino la fe en Cristo; en consecuencia, polemizó con otros apóstoles hasta liberar a los gentiles de las obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo (incluida la circuncisión).

3. DISCUSION: Inventó Pablo el Cristianismo?

Vamos a abordar una temática profunda y escabrosa, cuando nos hacemos la pregunta : ¿Inventó Pablo el Cristianismo?, lo que me hace recordar mis clases de doctorado en teología  del Western Carolina College Of Theology - Satellite Extensión Programan, y para ellos vamos a tomar algunos articulos en particular, en especial el de Ben Witherington, 
"¿inventó Pablo el cristianismo?".

Discusión 1. De hecho, algunas personas han estado tan seguras de que Pablo fue el creador de esta religión que lo han considerado el primer gran corruptor de la sencilla religión de Jesús. Todavía hoy podemos escuchar el clamor "de regreso a Jesús" que tiene como contraparte "y fuera Pablo". Esto puede escucharse, por ejemplo, de varios miembros del Seminario de Jesús.

En gran parte, la respuesta a esta pregunta depende de lo que queremos decir con "inventar" y con "cristianismo". Ciertamente, el cristianismo niceno o calcedonio no existía  en el siglo I de nuestra era. De hecho tampoco existían el catolicismo ni el protestantismo. Los primeros seguidores de Jesús fueron judíos, y todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por judíos, con una o dos posibles excepciones (es decir, el autor de Lucas y Hechos). Ciertamente, los primerísimos seguidores de Jesús no se consideraban a sí mismos como creadores de una nueva religión. Eran judíos sectarios. Sin embargo, mediante un proceso que involucró varios factores (el crecimiento; la evangelización y conversión de muchos gentiles; el enfoque en Cristo y no en la Torá; la expulsión de varias sinagogas del imperio) el movimiento de Jesús se convirtió, en la práctica, en una entidad separada del judaísmo anterior, y de hecho esto parece ser ya el caso durante la vida y ministerio de Pablo. Se puede decir que Pablo fue el catalizador que ayudó a sacar el movimiento de Jesús del judaísmo y convertirlo en un grupo religioso independiente. Pablo no fue el creador del cristianismo, pero en ciertos sentidos fue su "nodrizo", siendo el mayor responsable de que un gran número de gentiles entrara a este grupo sectario sin antes tener que hacerse judíos (es decir, sin tener que ser legitimizados por la ley judía, sin ser circuncidados, sin seguir la costumbre del sábado), lo que a su vez cambió el equilibrio del poder dentro del movimiento en todo el imperio, excepto en Tierra Santa.

Pero hay más que decir de esto. Considere un texto como 1 Corintios 9:19-23, donde Pablo dice haberse convertido en judío para los judíos y en gentil para los gentiles con el fin de poder ganar a algunos para Cristo. Bien, esa forma de hablar sería muy rara en un judío, con mayor razón un ex-fariseo, si creyera pertenecer todavía al judaísmo. Note como ya en su anterior carta a los Gálatas, escrita alrededor del año 49 d.C., Pablo dice: "Ustedes ya están enterados de mi conducta cuando pertenecía al judaísmo.....En la práctica del judaísmo, yo aventajaba a muchos de mis contemporáneos" (Gálatas 1:13-14; NVI). Aparentemente, el judaísmo era cosa del pasado para Pablo, algo en lo que ya no estaba ni aventajaba a nadie. Parece creer que está en algo más, particularmente "en Cristo", o dicho más ampliamente "en el cuerpo de Cristo", visto como una entidad separada del judaísmo.

En cualquier movimiento religioso perdurable durante algún tiempo siempre hay pioneros o trazadores de caminos que ven hacia delante con mayor claridad que los demás. Ciertamente, Pablo fue uno de ellos. Está bastante claro que su insistencia en la salvación por gracia mediante la fe en Jesús, representaba problemas que sólo unos cuantos habían considerado y resuelto por completo en los días de Pablo. Por mencionar uno, en la mente de Pablo esto significaba que ni los judíos cristianos estaban ya obligados a conservar la alianza mosaica y sus leyes. Podían hacerlo como opción de santidad, o como táctica misionera (como hacía Pablo), pero ya no era obligatorio ni siquiera para los judíos, menos para los gentiles. La respuesta a la pregunta: "¿Debemos convertirnos en judíos para seguir a Cristo?" fue contestada negativamente por Pablo. Ahora, en teoría otros como Pedro y Santiago concordaban en las bases de la salvación, pero ante la pregunta "¿cómo deben vivir entonces los cristianos?", había desacuerdos, especialmente cuando el tema se convertía en "¿cómo deben vivir entonces los cristianos judíos?". Santiago y otros miembros de la comunidad de Jerusalén creían que los cristianos judíos debían ser obligados a cumplir la ley, aunque no hubiera otra razón más que conservar la credibilidad ante los demás judíos, y así ganar a algunos de ellos para Cristo.

Sin embargo, Pablo entendió las radicales implicaciones de la salvación por la gracia mediante la fe en Jesús. Entendió que si se pedía la circuncisión y observancia de la ley a los cristianos judíos, pero no a los gentiles, en realidad se estarían creando dos grupos cristianos diferentes, dos formas diferentes de seguir a Jesús. Los judaistas que acosaron a Pablo en Galacia entendieron este problema, por eso argüían con mayor insistencia que todos, incluso los gentiles, debían guardar la ley mosaica.

A fin de cuentas, la perspectiva de Pablo con respecto a la ley mosaica y si ésta debía ser impuesta a los cristianos revela su comprensión de que estar en Cristo era algo más y diferente a "estar en el judaísmo". Por eso, mediante un elaborado argumento Pablo compara en Gálatas a la ley mosaica con una nana cuyo objetivo fue cuidar a la gente de Dios hasta que creciera, pero ahora que Jesús ha venido ya no hace falta esa supervisión (Gál. 4). Pablo incluso se atreve a decir que una de las principales razones de que Jesús haya nacido bajo la ley fue redimir a los que estaban bajo la ley y sacarlos de su dominio (Gál. 4:5). Se considera que quienes estaban bajo la ley estuvieron atados a ella hasta que Cristo vino a redimirlos. Este es un claro lenguaje sectario, el lenguaje de un grupo separado del judaísmo. En Gálatas 2:21 Pablo insiste en que si una persona pudiera ser justificada por la observancia de la ley mosaica, entonces "Cristo murió en vano". Incluso advierte a sus conversos que "todo el que se hace circuncidar está obligado a practicar toda la ley" (Gál. 5:3 NVI). También por eso, utilizando un argumento histórico sobre la salvación (2 Corintios 3:7-18), habla de la ley mosaica, e incluso de los Diez Mandamientos, como un anacronismo glorioso, algo que fue glorioso en su tiempo, pero que rápidamente se está volviendo obsoleto.

Este radical mensaje, no sólo de la salvación mediante Cristo crucificado, sino de una vida religiosa sin obligatoriedad de cumplir la ley mosaica, es el causante de que Pablo sea azotado, apedreado y, en general, corrido de muchas sinagogas. Probablemente 2 Corintios 11:25-27 también indique que había un contrato sobre la vida de Pablo por parte de algunos de sus compañeros judíos. La razón es clara. Como el estudioso del Nuevo Testamento, Alan Segal, lo ha deducido correctamente, Pablo era considerado como judío apóstata, y el movimiento de Jesús se consideraba fuera de los límites del verdadero judaísmo (vea su libro Pablo el Converso, Yale U. Press, 1992). La conclusión de todo esto es bien clara. Cuando Pablo escribió su carta a los Corintios, ya había una encrucijada entre el judaísmo y el cristianismo, por lo menos fuera de Tierra Santa. En Gálatas aun podemos ver apenas velado el período de transición. Así que ciertamente es correcto considerar a Pablo como un nodrizo que ayudó a dar vida a una nueva forma de religión centrada en la adoración a Jesucristo.

Esto no significa que Pablo haya inventado la divinidad de Jesús, ni la Trinidad, ni la expiatoria muerte de Cristo, y ciertamente no se le podría acusar de inventar la concepción virginal, dado que nunca la menciona en sus cartas. Pablo concordaba con todos los demás cristianos verdaderos en que Jesús fue el Señor resucitado e Hijo de Dios hecho hombre. Compartió su cristología con sus compañeros seguidores de Jesús, aunque sin duda la explicó, exploró y aplicó en nuevas formas en las iglesias. Pablo si tomó una dirección diferente a la de Santiago, por ejemplo, en la forma en que pensaba que los cristianos judíos pueden y deben vivir para manifestar su discipulado. Él es más constante que otros en su insistencia en la salvación y la vida cristiana por la gracia mediante la fe. También es más constante en afirmar que la guía para la vida cristiana es la "ley de Cristo", que no es solamente la interpretación de la ley mosaica. Antes bien es el conjunto de enseñanzas exclusivas de Jesús, más las partes del Antiguo Testamento que Jesús reafirmó y se apropió (por ejemplo, parte de los Diez Mandamientos), más el ejemplo moral de Cristo, más algunas enseñanzas cristianas tempranas originadas después del tiempo de Jesús (acerca de todo esto, vea Gracia en Galacia, de Witherington; Eerdmans, 1995 y La Carta a los Romanos, de Witherington y D. Hayatt, Grand Rapids: Eedermans, 2004).

Para terminar, podemos decir que Pablo fue un pastor que guío a la gente de Dios por nuevas direcciones y a través de aguas inexploradas hacia una nueva tierra prometida donde judíos y gentiles estarían unidos en Cristo sobre la misma base y con los mismos requisitos de discipulado. Aunque Pablo no llamó cristianismo a este resultado final, tuvo más parte que todos los apóstoles originales en el nacimiento de la forma de comunidad en que se convirtió la iglesia primitiva. Aunque no inventó las doctrinas ni la ética de dicha iglesia, fomentó las verdades de ésta con mayor constancia, hasta que emergió una comunidad que las aplicaba (vea La Búsqueda de Pablo, de Witherington; InterVarsity Press, 1998).


































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